El jueves santo, fue celebrada la Misa Crismal, la cual se lleva a cabo cada año y es en la que los sacerdotes renuevan sus votos, se consagra el Santo Crisma y se bendicen todos los óleos que se utilizarán durante el resto del año en los bautismos, unciones de enfermos, confirmaciones, entre otras celebraciones.
Esta fue presidida por el obispo diocesano Monseñor Andrés Napoleón Romero Cárdenas, concelebrando Monseñor Rafael Felipe, obispo emérito de la Diócesis de Barahona y demás sacerdotes de la curia diocesana.
Durante la Homilía Monseñor Andrés, saludo y agradeció a Monseñor Rafael Felipe el obispo enerito de la diócesis, a todos los hermanos sacerdotes tanto diocesano, religioso que colaboraron durante la Semana Santa; haciendo mención especial al Párroco de Nuestra Señora de Lourdes de Ansa Pite, que acompaño con un grupo de religiosas, a su vez a los diáconos y religiosas de la diócesis, los seminarista: mayores y menores, y al grupo de aspirante que vivió la convivencia.
En el Evangelio, Jesús afirma que Él es Ungido del Señor, a quien el Padre ha enviado para anunciar la Buena nueva a los pobres y a los afligidos, para traer a los hombres la liberación de sus pecados. Él es el que ha venido para proclamar el tiempo de la gracia y misericordia de Dios. Acogiendo la llamada del Padre a asumir la condición humana, Él ha traído el soplo de la vida nueva y de la salvación a todos los que creen en Él.
Como ungido y consagrados, todos los cristianos estamos llamados a dejar que el don de la nueva vida de la gracia, recibida en el Bautismo, se desarrolle en nosotros mediante una fe viva en el Dios vivo, una fe personal en comunión con la fe de la Iglesia, que se alimenta en la oración y participación frecuente en los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación; una fe que es viva si opera en la caridad. Todos los Bautizados hemos sido ungidos para ser enviados a anunciar la Buena nueva que es Jesucristo. Nuestra Vocación es ser discípulos misioneros del Señor.
Estamos en una diócesis de misión, nosotros los sacerdotes lo sabemos mejor que nadie, conocemos las dificultades internas y externas en el proceso de la iniciación cristiana y en el crecimiento de la fe de nuestros niños y adolescentes; también conocemos las dificultades de nuestros jóvenes y la realidad de las familias.
Nos preocupa a todos el alejamiento de la vida de fe y de la Iglesia de la mayoría de nuestros jóvenes.
El joven de hoy, como la Samaritana, desea llenar su cántaro y su vida del agua viva; pero ni sabe lo que busca ni conoce el agua viva (Juan 4, 17). Como pastores necesitamos ser cercanos y conocer nuestros adolescentes y jóvenes y hemos de amarlos con el afecto del buen Pastor, como hemos indicado en nuestra última carta Pastoral.
Que la respuesta lenta de los destinatarios de nuestra misión no nos desanime. Conformémonos con las palabras que hemos escuchado en el evangelio y que podemos hacer nuestra: EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MI PORQUE ME HA UNGIDO Y ME HA ENVIADO (Isaías 61,1)
Nos ha enviado a sanar los corazones afligidos, a anunciar a los presos la libertad y el evangelio de los pobres.
Como Jesús e en la Sinagoga podemos también decir que HOY SE COMPLETA ESTA ESCRITURA QUE ACABAMOS DE OÍR” (Lucas 4, 21) en su Iglesia. En nuestra Iglesia de Barahona.
Dios responde las necesidades de sus hijos a través de esta Iglesia concreta, de esta Iglesia humilde de la que nosotros somos partes activa. Nuestro pobre sacerdocio, sin esperar otra Iglesia que no existe, llena de vida la realidad de nuestras comunidades. La Iglesia de Barahona actualiza los “hoy” de Jesús en el Evangelio.